Es un fin de semana y un día soleado pinta de colores tu vida y la de tu familia, estás jugando fútbol en un parque con tu esposa e hijos y antes de gritar el siguiente gol en medio de la algarabía del momento, te desplomas en la mitad del juego. Despiertas en un hospital sin recordar lo sucedido, miras a tus familiares y al preguntar ¿qué sucedió?, tu hijo pequeño responde “te desmayaste, porque no desayunaste como los campeones dice el doctor”. Piensas ¿cómo sucedió ello?, hasta donde recuerdas, gozabas de una salud envidiable, nunca habías estado en un hospital hasta ese día, quizás las pocas veces que pisaste una casa de salud, fue para visitar a tu abuelita y a tu mejor amigo. Después de algunos días de hospitalización y una serie de exámenes médicos, horas previas a tu alta, recibes la noticia que cambiará tu vida, pues te dan a conocer el diagnóstico de una enfermedad de la cual quizás nunca hayas escuchado o que tan solo escuchar su nombre se te hiela la piel.
Existen distintas reacciones y también depende en gran manera en cómo te lo dicen. Muchos de mis pacientes con alguna enfermedad crónica en sus relatos, me han mencionado como el impacto emocional de saber que tienen una dolencia incurable caló profundamente en sus vidas, desde el momento en que se los dijeron, puesto que al hacerlo el facultativo sonó frío, distante, inafectivo o poco empático. He trabajado durante años con pacientes terminales, actualmente trabajo en una unidad de hemodiálisis y recuerdo las palabras de uno de ellos: “la forma que me dijeron lo que tengo, me deprimió más que la misma enfermedad”, en contraste quiero también hacer mención lo que en una sesión de terapia grupal, uno de los participantes manifestó: “Recuerdo que estaba hospitalizado, sin esperanzas, cuando vino el médico y me dijo, sus riñones dejaron de funcionar, tiene que realizarse un tratamiento que se llama hemodiálisis con el cual va a poder seguir viviendo y teniendo una vida normal… el día de mañana se va con el alta, nada de ponerse triste, nada de preocuparse, va a continuar con su vida, así que ánimos y a continuar”. La sesión de psicoterapia transcurría y todos sus compañeros lo escuchaban atentamente, su discurso finalizó refiriendo que la actitud de aquel galeno, “lo inyectó de fuerza y valor para seguir”. El factor humano, la empatía, unas palabras de aliento, una sonrisa o una palmada de respaldo, pueden marcar drásticamente la diferencia y otorgar esperanza, alivio o lo que yo llamo el sentirse abrazados emocionalmente por otro ser humano, que está allí, para él o para ella. En el tiempo que me formé como psicoterapeuta, aprendí lecciones valiosas de íconos que, en su momento, revolucionaron la psicoterapia, cito a uno de los grandes exponentes del humanismo: “Cuando la otra persona está sufriendo, confundida, preocupada, ansiosa, alienada, aterrorizada; o cuando él o ella dudan de la autoestima, no están seguros de la identidad, entonces se requiere comprensión. La compañía gentil y sensible de una postura empática… proporciona iluminación y curación. En tales situaciones, la comprensión profunda es, creo, el regalo más precioso que se puede dar a otro.” Carl Rogers.
Algunos de mis consultantes, suelen preguntarse: ¿Por qué… por qué a mí? Y agregan frases como: “No he sido una mala persona, no he hecho daño a nadie, no he matado, no he robado, he sido un buen padre, hay gente mala que hace mucho daño y no les pasa nada”. Olvidamos que el tren de la vida es incierto y en el viaje pueden ocurrir decenas de vicisitudes que nos obligan a replantearnos lo que realmente importa. Independientemente de cuán – bueno o malo – hayas sido, una enfermedad puede sorprenderte en cualquier momento, sin ninguna causa, razón o motivo entendible. Quizás la pregunta a considerar es: Y, ¿por qué no, a mí? En Psicología, existen las denominadas -distorsiones cognitivas- consideradas como creencias personales que generan perturbación emocional, las cuales son producto de errores en la interpretación de la realidad, según la teoría cognitiva, la – falacia de justicia – es tomar como injusto, todo aquello que no coincide con nuestras expectativas, creencias, necesidades o deseos. Kübler – Ross, una psiquiatra que dedicó gran parte de sus años de vida, a explorar, entender y tratar a enfermos terminales, dividió en cinco estadios, los períodos psicológicos que atraviesa el paciente tras ser informado de una enfermedad catastrófica. La negación, ira, negociación, depresión y finalmente la aceptación. Estas fases, son inherentes al proceso de duelo. Cuando el paciente siente que perdió una parte importante de su vida, como lo era su salud, en la fase de negación es común que aparezcan interrogantes con respecto a sí mismos, a la vida, la existencia, el destino, el mundo, la familia, cuestionándose desde su nacimiento hasta su momento actual, regularmente en esta etapa la falacia de justicia, se posiciona entre los pensamientos más arraigados, generadores de sufrimiento intrapsíquico. Un acompañamiento psicológico es esencial en la travesía de las personas que experimentan el duelo, la pérdida de algo o alguien, actualmente la psicoterapia cuenta con diversas herramientas que harán posible, no sólo un alivio del dolor emocional, sino también la incorporación de nuevos elementos que atañen a la renovación de los pensamientos, creencias, percepciones y emociones. Finalmente, quiero hablar en breves líneas, de los cuidadores o la familia del paciente en estados terminales. Una enfermedad afecta a todo el sistema familiar y las repercusiones anímicas se manifiestan en las personas más cercanas, de allí la importancia de un tratamiento psicológico integral, que brindará beneficios a corto, mediano y largo plazo, en distintas áreas interactivas o comunicacionales que integran la dinámica del hogar, tornándolo emocionalmente saludable, proactivo y resiliente, componentes que ayudarán y permitirán el sobrellevar así como el superar adversidades que pueden presentarse en cualquier etapa de la vida.
Por: Nelson A. Jarrín
Psicólogo clínico y psicoterapeuta