Todo empezó aquella noche en que intentaste hacer gala de tu virilidad y “hombría”, con aquella mujer que apenas conociste horas atrás. Preparaste minuciosamente cada detalle para el encuentro, entre besos, caricias y una cama presta para el momento.
Toda tu seguridad se vino al piso, al darte cuenta que falló lo que nunca te había fallado, parecería que hubo un cortocircuito entre tu cerebro y el ícono de masculinidad del cual has estado orgulloso durante muchos años. Con el pasar del tiempo aquel problema, no mejoró, al contrario, empeoró.
¿Buscar ayuda? ¡Ni pensarlo! Eso no hacen los “hombres”; la ansiedad no se hizo esperar, la incertidumbre hizo lo suyo despertando la inseguridad y es así como cada encuentro sexual subsiguiente, se tornó en un calvario.
Vivimos en la cultura de “la pastilla”; de “ya me ha de pasar”; “solo es cuestión de poner de mi parte”, pero la visita al especialista lo dejamos para el último, cuando las complicaciones se han hecho manifiestas e incluso el daño es irreversible. Los problemas sexuales suelen esconderse durante años, los hay tanto en hombres, como mujeres. La diferencia radica en que un bajo porcentaje de los primeros mencionados, acuden a un profesional en busca de una solución.
La mente es pieza clave en las múltiples disfunciones sexuales existentes. Una vida con altos niveles de estrés, problemas económicos, preocupaciones laborales, conflictos de pareja, adicción a la pornografía, consumo de sustancias, depresión, ansiedad, entre otros influyen significativamente en el aparecimiento de ciertos desordenes sexuales.
Los estereotipos de la sociedad y el consumismo sexual masivo, han impuesto estándares de hombres “sexualmente infalibles”, focalizándose en la genitalización de una relación sexual, soslayando componentes importantes de la intimidad. ¿Qué es lo que se espera de mí como hombre? ¿Te has hecho esa pregunta en algún momento? Y es que antes de responderte esa interrogante, te bombardean respuestas a granel, escuchadas de tus conversaciones, miradas en películas, recogidas de vivencias externas, etc. muchas de las cuales contienen visiones distorsionadas y probablemente con arraigadas connotaciones de autosuficiencia machista.
La autoimagen que se forma de ti, al tener una disfunción sexual, lacera tu autoconfianza y al ocultarlo, solo dilata el problema y lo hace más grande. La eyaculación precoz tanto como la disfunción eréctil constituyen dos de las alteraciones sexuales, más comunes en consulta, poseyendo un factor en común, la ANSIEDAD.
A lo largo de tu vida se construyó en tu mente, formas de pensamiento, creencias y comportamientos; se alojaron traumas, carencias afectivas, dolor emocional, baja autoestima y más. Todos aquellos elementos descritos se agrupan confabulándose en tu contra y originando un caldo de cultivo para la aparición de las imágenes más devastadoras sobre tu rol en la dimensión sexual, trayendo consigo murallas que separan a tus emociones de tu desempeño sexual. Por ende, las secuelas de ello se traducen en la negación del problema y en el constante sufrimiento, producto del inamovible hermetismo.
Aunque suene inverosímil, la aceptación es el paso más difícil en el proceso de una recuperación y tratamiento, porque implica romper paradigmas y convencionalismos de la figura masculina, que por cierto es muy vulnerable. Aceptar implica reconocer tu condición, dar lugar a la libertad de sanar, mejorar tu estilo de vida no solo en el ámbito personal, sino con tu pareja, familia y hasta amigos. Abrazar la aceptación es un gran desafío, sin lugar a dudas, pero con infinidad de réditos emocionales a mediano y largo plazo.
Por:
Nelson A. Jarrín
Psicólogo clínico y psicoterapeuta.