No recuerdo el número de veces que he escuchado a personas afirmar que sus parejas un día, simplemente “dejaron de existir” y no me refiero al que partieron al otro mundo, enfoco el que al parecer un día aquella persona a la que depositaron una ingente cantidad de amor, tiempo y confianza, se esfumó. Recuerdo la descripción de una paciente: “es como que lo secuestraron alienígenas y me lo cambiaron por otro, es él pero ya no es él”; la enigmática desaparición del otro ha generado incertidumbre, el “ya no es lo mismo” se manifiesta como uno de los síntomas principales de aquella paradójica realidad novelesca o de película de intriga y suspenso.
“Se me fue el amor”, frase común que he escuchado en algunos de mis pacientes, la cual está dotada de muchos significados, a veces me imagino irrisoriamente que EROS (dios griego del amor) representado por Cupido, estuvo enjaulado por mucho tiempo, revoloteando entre barrotes y al escaparse, se fueron con él absolutamente todos los sentimientos y emociones surgidas por el otro, inmersas en la relación. Intentamos de cualquier forma culpar a ese pequeño arquero alado de nuestras desazones afectivas. Metafóricamente aquello ocurre, no nos responsabilizamos de nuestra posición en la relación de pareja, nos adjudicamos roles pasivos y activos a veces de forma inconsciente sin tener en cuenta la necesidad del otro y nos desempeñamos en papeles actorales versátiles mostrando las múltiples máscaras que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, ocultando nuestro verdadero yo por años, modus operandi, que termina por socavar la construcción de cualquier relación.
En nuestra sociedad tenemos ideales románticos de una relación perfecta, los medios de comunicación se prestan para invadirnos a granel con símbolos y estereotipos de lo que yo llamo “las falacias del reino encantado”, canciones, películas, novelas entre otros se prestan para mostrarnos aspectos sesgados y maquillados de las distintas formas de amar. Lo cierto es que entablar una relación con alguien, implica una serie de ingredientes internos, de los cuales apenas conocemos tan solo, la sal y el azúcar, ejemplifico a continuación “lo amo y me ama, eso es todo para vivir felices por siempre”. Queramos o no somos producto de una construcción social y cultural, sistemas de creencias, patrones de vida heredados y estilos de crianza, de allí se derivan heridas emocionales de infancia, experiencias traumáticas, autoconcepciones enrevesadas y un profundo deseo de ser sanados por nuestra pareja, lo cual en algún punto de la relación aquello desemboca en un atolladero, del que difícilmente se puede salir, por tanto, como lo mencioné en líneas anteriores, los ingredientes con los que aportamos a la relación son múltiples y circulan a través de la misma todo el tiempo desde el momento en que se conocen inicialmente hasta el instante en que “se desconocen” como pareja. He escuchado decir que “amar es una decisión”, no obstante, la interrogante que me plantean una cantidad considerable de mis consultantes es “siento que no tengo amor, ¿cómo puedo dar amor?”. Aquella autorevelación se constituye en una de las primeras herramientas con las que cuento para trabajar con mis pacientes, dado que se trata de aceptar una realidad difícil, un yo genuino negado por años y un deseo de cambiar el panorama interno.
El cambio de él o de ella, está mediado por transacciones bilaterales contínuas de emociones, sentimientos, conductas y pensamientos, obedece también a factores multicausales provenientes de ayer, hoy y mañana e indiscutiblemente, también lo cambiaste tú, son dos universos que intentaron combinarse, mezclarse, fusionarse, pero no siempre ese fenómeno de grandes magnitudes es posible. Libera y libérate, perdona y perdónate, puede ser complicado, pero no imposible. Si tú estás leyendo este artículo y te sientes identificado/a, busca ayuda profesional, nunca es tarde para realizar cambios en tu vida personal, de pareja o familiar.
Por. Nelson A. Jarrín